09/09/2015
¡Corre hoy y lucha mañana!
Nunca más, nunca más, nunca más.
Ese ha sido mi modo de ver todo, un nadar contra corriente,
una escalera que empiezo a subir y para cuando solo me quedan dos peldaños,
busco una excusa para bajarme por la barandilla y no llegar a cruzar la puerta
que está al final de la escalera.
Y así me encuentro de nuevo en el suelo, un suelo cómodo,
suave, donde me gusta andar. Empiezo a caminar y a convencerme de que aquí
estoy mejor, sin complicaciones, apoyando y animando a los míos a subir sus
escaleras y celebrando que han abierto su puerta.
Así va pasando el tiempo hasta que llega la hora de
replantearse ir escogiendo una puerta para las lluvias, que ya empieza a
chispear y ese estupendo suelo que antes era puro confort, poco a poco va convirtiéndose
en un barro espeso, que hace que mis pasos pesen cada vez más.
Vuelvo de nuevo a mi escalera, intento quitarme el barro
pero es imposible. Se ha hecho arcilla, pienso que no importa, soy fuerte y
tampoco pesa tanto. Me dispongo a subir, el pie derecho siempre por delante
para llamar a la buena suerte, y mi puño izquierdo arriba para llamar a la
unidad.
Poco a poco, peldaño tras peldaño, me voy haciendo más
fuerte y voy encontrando compañeros de viaje con los que compartimos nuestro
peso, nuestra fuerza. Nos limpiamos el barro y cuidamos de intentar no
mancharnos más y juntos romper la arcilla más incrustada, pero siempre queda
algo.
Juntos llegamos hasta el final, abrimos y cuando todos
estábamos arriba y sujetaba la puerta, vi lo que yo creía que era un atajo (que
equivocado estaba), otra puerta a dos pisos por debajo; una puerta más pequeña
y más simple. Así que ni corto ni perezoso me lancé sin pensarlo. Al caer se
rompió todo el barro y sin él, era más fácil caminar. Abrí la puerta casi sin
esfuerzo, ya que después de estar preparado en el largo y angosto camino de
antes, y sin ese pesado barro todo parecía más fácil.
Atravesé la puerta y me encontré con un camino con una
pequeña pendiente que terminaba en otra puerta. Encontré muy buenos compañeros
en esta senda, busca vidas de buen corazón, algo raro de encontrar. Era gente
simple pero con unos huevos y un corazón enorme.
Al ver que el camino era fácil y la compañía agradable me
relajé y me dormí en los laureles, pensando que con un sprint final lo tendría
todo solucionado y, lo peor no es eso, lo peor es que solo bastaba con eso.
Pero la semana de ese sprint me quedé aletargado por el perfume de la falsa
tranquilidad de la zarza ardiente. Así que, cuando quise echar a correr ya era
tarde, la puerta estaba cerrada mucho antes de que yo despertase. Hice lo único
que podía hacer, volver al barro pero éste ya no era el mismo. Al principio era
hasta mejor, aunque lloviera y me manchara de este barro, sabía cómo manejarlo.
Me engañaba pensando que ya venía de vuelta, (¡Ay mísero de mí!), que por un
poco de mierda no pasaba nada, que el barro era útil, y que aquí abajo habían
aprendido a vivir en casas hechas con el mismo.
Así que me dejaba llevar, sin darme cuenta de que ya no era
barro. Ahora tras toda la lluvia y el frío se había convertido en una tundra,
que te absorbe y te atrapa. Entonces, en la más absoluta desesperación, cuando
sentía el barro hasta al respirar, me encontré con una piedra que me hizo
tropezar y caerme, pero cuando me quité el barro de la cara una luz me cegó,
una luz resplandeciente que venía de una puerta que estaba delante de mí. La
traspasé sin dudarlo y encontré un sitio diferente, no muy distinto de donde
venía, pero era un sitio donde se podía volar, y si quieres no tocar el suelo
aunque también haya. Pero como todo lo bueno, se acaba.
Ya a los seis meses nos echaron y volví al barro. Busqué de
nuevo la puerta, pero ya no la encontraba. Busqué otras, pero ya no me gustaban
y sólo buscaba sentirme como cuando volaba libre sin el barro. Tras mucho
caminar, la llegué a ver, corrí hacia donde volvía a brillar esa luz que me
hacía volar, pero esta vez no estaba junto a mí, estaba encima de unas
escaleras. No eran las complicadas y empinadas que había visto, pero tampoco había
subido con tanto peso.
Y aquí me encuentro, a tres escalones de mis alas y con la
mano en la barandilla. Pero ya nunca más, nunca más caer, nunca más dormir, nunca
más dejar de volar.
Se acabó el corre hoy y lucha mañana.
Es el momento de lanzarme, de no rendirme, de morir con las
botas puestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario