viernes, 14 de agosto de 2015

Lope

14/08/2015



De nuevo me encontraba donde tantas veces he estado. Un sitio que muchos calificarían como cueva inmunda, oscura, húmeda y plagada de seres; de lo más pintoresco. Sin embargo, para los pocos que se atrevieron a mirar más allá de ese exterior inmundo, y se atrevieron a traspasar las puertas del bar del oeste y bajar esos escalones con luces que bailaban con el humo de los cigarros, embriagante con ese olor a cerveza, cerrado y tabaco, encontraban en él su segundo hogar, y cuando esto ocurría, descubrías que la lúgubre cueva que se formaba tras el estrecho pasillo que separaba las barras de los hermanos se iba iluminando y, poco a poco se iba presentando la ilustre fauna autóctona del lugar. Pequeños y grandes personajes que se reunían bajo el techo de la cueva, donde la cabeza del ciervo presidía; a la izquierda, el indio siempre protegiendo; en la barra, el duende del copón, atento al gran inventor. Jugando a los dardos el capitán, cantando coplas mientras su cuadrilla intentaba que el duende no les engañe.

Poco a poco la cueva toma forma de palacio, y si eres uno de los elegidos, podrías aprovechar las atalayas de este castillo, donde el duende y el inventor cuentan sus aventuras y desventuras. Una vez allí, si eres paciente llegarás a ver un momento mágico, irreal e irrepetible. Donde ebrio de los brebajes de Avi, el duende desvela sus historias más oscuras. Sin embargo, esta vez ya no hay puerta, ya no hay cueva ni pasillo, ni castillo. Todo terminó, todo acabó. 

Me dispongo en el mismo sitio que tantas veces he estado, donde tantas risas he escuchado, donde tantas conversaciones, donde se han contado tantos secretos, tantas ilusiones, donde los brindis han celebrado aprobados y hasta compromisos. En este mismo lugar, ahora solo puedo… comprar algo de botellón y de comer, porque ahora es un puto Mercadona. 


Mierda de la crisis, j aja 

MANOLO BAR. Tu espíritu siempre quedará en nuestra memoria.

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