lunes, 14 de septiembre de 2015

Penélope

13/09/2015

No sé como sentirme, no sé si estás o no. ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué tus palabras me dicen una cosa y tú haces otra? Me confundes. No sé si me duelen más tus palabras.

¿Amiga? No puedo, ni quiero serlo, tampoco lo somos y no lo fuimos antes. No podría soportarlo, ya me conoces.

Ahora, a 13 de septiembre de 2015, después de tanto tiempo… ¿Cómo sentirme? ¿Qué decirte dentro de dos días? Tampoco quiero perderte para siempre, pero algo me hace pensar que sí, que esto es pasajero, que aproveche lo poco que vamos a estar juntos. Por inconsciente, tal vez, por egoísta, seguro. Darme cuenta de todo, tarde y a la vez pronto. Tarde para nosotros, pronto para mí. Al final comprendí por qué durante tantos años pensaba que acabaría sola.

Ahora me vienen tantos recuerdos de lo egoísta que he sido, y no hablo de este año, sino durante muchos.

“Aprendiendo a desprenderme”. La frase que me lleva acompañando durante todo este tiempo, desde que desperté. Me costó caer en el presente y grande que fue el golpe. Tantas personas a las que decepcioné y me decepcionaron.

Un poco más libre después de desprenderme de los hábitos, de las malas palabras, de los gestos, de las miradas…

Ahora sólo me queda agradecer a este golpe, el que me ha traído hasta aquí.

Es difícil cambiar todo aquello que has hecho durante tanto tiempo y volver atrás, reconstruirme.


No sé que esperar, temo que al final pase el tiempo y acabe dejándolo todo en un simple recuerdo. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Gregorio

09/09/2015

¡Corre hoy y lucha mañana!

Nunca más, nunca más, nunca más.

Ese ha sido mi modo de ver todo, un nadar contra corriente, una escalera que empiezo a subir y para cuando solo me quedan dos peldaños, busco una excusa para bajarme por la barandilla y no llegar a cruzar la puerta que está al final de la escalera.

Y así me encuentro de nuevo en el suelo, un suelo cómodo, suave, donde me gusta andar. Empiezo a caminar y a convencerme de que aquí estoy mejor, sin complicaciones, apoyando y animando a los míos a subir sus escaleras y celebrando que han abierto su puerta.

Así va pasando el tiempo hasta que llega la hora de replantearse ir escogiendo una puerta para las lluvias, que ya empieza a chispear y ese estupendo suelo que antes era puro confort, poco a poco va convirtiéndose en un barro espeso, que hace que mis pasos pesen cada vez más.

Vuelvo de nuevo a mi escalera, intento quitarme el barro pero es imposible. Se ha hecho arcilla, pienso que no importa, soy fuerte y tampoco pesa tanto. Me dispongo a subir, el pie derecho siempre por delante para llamar a la buena suerte, y mi puño izquierdo arriba para llamar a la unidad.

Poco a poco, peldaño tras peldaño, me voy haciendo más fuerte y voy encontrando compañeros de viaje con los que compartimos nuestro peso, nuestra fuerza. Nos limpiamos el barro y cuidamos de intentar no mancharnos más y juntos romper la arcilla más incrustada, pero siempre queda algo.

Juntos llegamos hasta el final, abrimos y cuando todos estábamos arriba y sujetaba la puerta, vi lo que yo creía que era un atajo (que equivocado estaba), otra puerta a dos pisos por debajo; una puerta más pequeña y más simple. Así que ni corto ni perezoso me lancé sin pensarlo. Al caer se rompió todo el barro y sin él, era más fácil caminar. Abrí la puerta casi sin esfuerzo, ya que después de estar preparado en el largo y angosto camino de antes, y sin ese pesado barro todo parecía más fácil.

Atravesé la puerta y me encontré con un camino con una pequeña pendiente que terminaba en otra puerta. Encontré muy buenos compañeros en esta senda, busca vidas de buen corazón, algo raro de encontrar. Era gente simple pero con unos huevos y un corazón enorme.

Al ver que el camino era fácil y la compañía agradable me relajé y me dormí en los laureles, pensando que con un sprint final lo tendría todo solucionado y, lo peor no es eso, lo peor es que solo bastaba con eso. Pero la semana de ese sprint me quedé aletargado por el perfume de la falsa tranquilidad de la zarza ardiente. Así que, cuando quise echar a correr ya era tarde, la puerta estaba cerrada mucho antes de que yo despertase. Hice lo único que podía hacer, volver al barro pero éste ya no era el mismo. Al principio era hasta mejor, aunque lloviera y me manchara de este barro, sabía cómo manejarlo. Me engañaba pensando que ya venía de vuelta, (¡Ay mísero de mí!), que por un poco de mierda no pasaba nada, que el barro era útil, y que aquí abajo habían aprendido a vivir en casas hechas con el mismo.

Así que me dejaba llevar, sin darme cuenta de que ya no era barro. Ahora tras toda la lluvia y el frío se había convertido en una tundra, que te absorbe y te atrapa. Entonces, en la más absoluta desesperación, cuando sentía el barro hasta al respirar, me encontré con una piedra que me hizo tropezar y caerme, pero cuando me quité el barro de la cara una luz me cegó, una luz resplandeciente que venía de una puerta que estaba delante de mí. La traspasé sin dudarlo y encontré un sitio diferente, no muy distinto de donde venía, pero era un sitio donde se podía volar, y si quieres no tocar el suelo aunque también haya. Pero como todo lo bueno, se acaba.

Ya a los seis meses nos echaron y volví al barro. Busqué de nuevo la puerta, pero ya no la encontraba. Busqué otras, pero ya no me gustaban y sólo buscaba sentirme como cuando volaba libre sin el barro. Tras mucho caminar, la llegué a ver, corrí hacia donde volvía a brillar esa luz que me hacía volar, pero esta vez no estaba junto a mí, estaba encima de unas escaleras. No eran las complicadas y empinadas que había visto, pero tampoco había subido con tanto peso.

Y aquí me encuentro, a tres escalones de mis alas y con la mano en la barandilla. Pero ya nunca más, nunca más caer, nunca más dormir, nunca más dejar de volar.

Se acabó el corre hoy y lucha mañana.


Es el momento de lanzarme, de no rendirme, de morir con las botas puestas.